Una cabra y un asno comían al mismo tiempo en el establo.
La cabra empezó a envidiar al asno porque creía que él estaba mejor alimentado, y le dijo: “Entre la noria y la carga, tu vida sí que es un tormento inacabable. Finge un ataque y déjate caer en un foso para que te den unas vacaciones”.
Tomó el asno el consejo, y dejándose caer se lastimó todo el cuerpo. Viéndolo el amo, llamó al veterinario y le pidió un remedio para el pobre. Prescribió el curandero que necesitaba una infusión con el pulmón de una cabra, pues era muy efectivo para devolver el vigor. Para ello entonces degollaron a la cabra y así curar al asno.
En todo plan de maldad, la víctima principal siempre es su propio creador.
La fábula de hoy me recuerda aquella antigua cómica en la que un adversario serrucha el piso en forma circular alrededor de un distraído amigo sólo para ver cómo, al completar el serruchado, lo único que queda en pie es el pequeño círculo ¡y todo lo demás colapsa!
Dios nos creó para ser bendición a los demás durante nuestro recorrido de este lado del cielo, y cuando optamos por tomar ventaja egoísta de los demás, somos nosotros mismos, al contravenir los propósitos de nuestro Creador y Salvador, quienes nos vemos afectados por nuestras acciones. Si bien la generosidad que mostramos a los demás nos regresa multiplicada de parte de Dios, también toda maldad que hagamos nos será devuelta. Escojamos hoy lo mejor: bendecir en abundancia a quienes Dios ha colocado a nuestro alrededor.
Raúl Irigoyen
porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Marcos 8:36-37
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